No podía ser casualidad. Cada vez que yo subía al
ascensor, mi compañera, Martha, lo tomaba también. No recuerdo haber
subido o bajado jamás sin ella. Martha es alta, delgada, morena,
ojos marrones, atractiva y sensual, un oasis en medio del desierto. Siempre
cruzábamos las miradas, nos observábamos fijamente a los ojos por
unos segundos siempre me podía con su mirada y
conseguia sonrojarme , yo miraba rápidamente su cuerpo y despistaba al
suelo o al techo del ascensor. No se me ocurría en ese momento nada de qué
hablar con ella, su intensa mirada bloqueaba mis neuronas. ¿Del tiempo?
nooo. ¿Del trabajo? tampoco
.
lo cierto es que ella y yo no nos quitábamos el ojo, yo miraba con descaro
sus pechos, pero sobre todo, miraba su culo. Ese era mi principal objetivo.
Cuando entraba en el ascensor, siempre me ponía detrás de
ella, ella intentaba evitar esa situación pegando su culo contra la pared
la sentía de alguna forma nerviosa con mis ojos fijos en
su trasero, igualmente yo me ponía nervioso.
Mi corazón latía rápido, pero mis nervios se debía a la excitación que
me provocaba su rubor y timidez. Siempre imaginaba que el ascensor se
estropeaba y como en las películas, Martha y yo acabábamos haciendo el amor en él.
Cuando había gente, yo me acercaba a Martha y me pegaba
contra su cuerpo. Le pedía disculpas, pero el espacio en el ascensor era más
holgado del que yo le me hacía creer. Estoy seguro que ella sentía en sus
nalgas mi deseo, mi pene en erección. Ella, al principio, intentaba
esquivar ese contacto que yo le regalaba de forma furtiva entre la gente, pero
de alguna forma, pienso que se acostumbró o le gustaron tanto a
mis roces y empecé a notar que no evadía mi cercanía y disfrutaba mi presencia.
Así que, pasadas unas semanas, ya no sólo era yo el que se apretaba contra
ella. Sentía que su trasero ansiaba de mi contacto, así que Martha forzaba la
postura, metía el abdomen y acercaba su trasero en busca de mi pene. Al
principio, yo no percibí su cambio, quizás fruto de la casualidad
pensaba yo. Lo cierto es que, de los primeros contactos tímidos,
pasamos a frotarnos el uno al otro a conciencia y con alevosía.
Disimuladamente, yo movía con lentitud calculada mi verga de izquierda a
derecha mientras ella hacía movimientos verticales de arriba a abajo con su
culo como centro de la operación. Estábamos perfectamente sincronizados, era
una danza silenciosa y placentera. Nada nos decíamos fuera del ascensor,
ninguna referencia a nuestros juegos, a nuestros contactos. El resto del
tiempo, su culo desaparecía para mí y en su mente se olvidaba del roce de
su nalgas contra mis pubis.
Aquel día de verano, volvimos a coincidir como era
habitual, con Martha en el ascensor. Estábamos solos. Nuestro viaje hasta la
planta doce acababa de comenzar. Yo me acerque a ella, por detrás,
como siempre que el ascensor estaba lleno de gente. Pero allí no había nadie.
Sólo ella y yo. Volví a apretar mi pelvis contra mi culo. Ella no puso
impedimentos, al contrario, apretó su culo contra mí con deseo y necesidad. El
aire acondicionado del ascensor funcionaba a pleno rendimiento, pero a pesar de
ello, el calor era sofocante.
Iniciamos nuestra particular danza del ascensor, yo de
izquierda a derecha y ella, de abajo a arriba. Un gesto de Martha me sorprendió,
o quizás no
. detuvo la marcha del ascensor con
el botón de emergencia, y allí estábamos los dos; ella, hambrienta de mi verga,
yo hambriento de su culo. Subí la falda de su vestido y con un gesto rápido, la
empujé contra uno de los laterales del ascensor. No podía evitar mi aliento
fuerte contra su cuello, oía su respiración agitada, igual a mí. Baje su tanga,
que ya estaba más húmeda que la saliva que empecé a saborear de su lengua
con la mía. Alcance a recrearme durante unos segundos con la visión de
su culo era perfecto redondo,
firme y levantado, desafiando la gravedad. Ella estaba semi agachada, a mi
merced, apoyándose en la pared del ascensor para no caerse. Con mi mano
completa recorrí por completo su trasero
su
vagina encendida estaba ardiendo, húmeda y dilatada
mi verga gruesa y dura clamaba por un roce, mis
manos frotaron con fuerza su cuquita exquisitamente depilada que sintió el
peso de mi mano y el movimiento de sus dedos ligeramente húmedos del calor que
exhalaba de su cuerpo.
Las caricias fueron el comienzo, pero yo, quería
sentir el sonido de mi mano en ella
y
le propiné dos sonoros azotes en sus nalgas
supongo
que su trasero ardió, pero al mismo tiempo se encendió con el placentero
castigo, ella no lo consideró como tal, incluso deseaba más
lo note cuando volteo la mirada fijamente a mis ojos con
cara de deseo y éxtasis
.no
mencionó una sola palabra
coloco
una de sus manos en su nalga y la abrió ofreciéndome un hermosos panorama.
Saque mi verga y la sentí entre sus piernas. Sentí como abría espacio en su
vagina húmeda y ajustada
la
tome de su estrecha cintura y comencé un armónico movimiento de adentro-afuera,
sincronizado con movimientos circulares de su trasero contra mi pelvis
pronto nuestros movimientos fueron más rápidos y fuertes
mi pelvis ofrecía un golpe de cadera contra ella que
emanaba un excitante ruido como si se tratara de nalgadas, mientras mis huevos
chocaban contra su vagina en cada una de mis embestidas.
La situación era muy excitante y sugería complicidad
el calor invadía nuestros cuerpos semidesnudos, cada vez
que embestía contra ella fuertemente apretando su rostro contra el lateral
del ascensor con sus rodillas semi-dobladas y escuchaba sus gemidos ahogados
quise poseer su culo y fui directo a él, sabiendo lo
que se hacía. Extendí los abundantes fluidos que manaban de su interior por
todo su sexo y metí mis dedos en mi trasero para lubricarlo ante la cercana
presencia de mi miembro. No tardé en iniciar la aproximación. Ella pudo
evitarlo
.pero no lo hizo, al contrario la
note excitada.
Empujé una y otra vez hasta abrirla por completo. Penetré
su culo hasta el fondo, hasta que no quedó un ápice de mi miembro fuera de él.
Ella apenas podía moverse, intentaba a duras penas sostenerse, no caerse,
era tal el placer que sentíamos, que no éramos dueños de sí mismos.
Mis embestidas eran acompañadas con nuevos azotes, su piel ardía, su culo
estaba clavado
con cada azote gemía fuertemente como
expresando dolor y placer me expreso con su voz entrecortada que le resultaban
gozosos. Sentía que mi piel se cubría de sudor. Los gemidos que ambos emitíamos
se alternaban con las palabras y frases supuestamente soeces que ella me
dedicaba. Eran excitantes y morbosas.
lo disfrutamos al máximo, apenas aguantó mis embestidas
me dejé ir enseguida, sus palpitaciones contrajeron
rítmicamente su culo, mientras yo, notando sus apretones tenía un orgasmo,
inundando aquella zona oscura por completo con mi esperma espesa, blanca,
caliente y abundante
Descansamos y nos recompusimos la ropa. Martha volvió
a dar el botón del ascensor y éste comenzó a subir de nuevo. Llegamos a nuestra
planta y nos despedimos con una mirada.
Nuestros viajes en el ascensor continuaron y en más de una
ocasión, las vacaciones de verano del resto de nuestros compañeros ampararon
nuestros solitarios encuentros en el ascensor, que de día en día iban
resultando cada vez más salvajes y placenteros.
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